I
En la penumbra de la alborada las campesinas
sacuden la neblina blanca de las sábanas
despejan la tibieza del camastro y se dirigen al molino.
Llevan todavía los sueños pegados al pelo.
Con sus ojos semicerrados, unas atrás de las otras, miran
la bestia de metal que tiembla y ruge con potencia, miran
que entre sus muelas se deshace el grano de maíz.
El calor y ruido del molino disipa la madrugada.
Dispuestas están las manos de las mujeres.
Sus carnes de maíz negro, suave como la masa
de maíz negro los brazos y piernas.
Pájaros pequeños que buscan la libertad son sus bocas
desdibujándose con la luz del sol.
Una brizna de luz en el canto que redime a la espiga densa.
La mazorca penetró sus cuerpos, sus flores coronaron la palabra
que no morirá como la raíz del pueblo que nunca muere
—de maíz— todas ellas, incendian la radical palabra
con el aliento que vivifica al mundo.
De olor se llenó su cuerpo y empezaron a brotar las flores
día y noche perduraron sin ir a ninguna parte
alimentándose del polen multiplicado por su audacia.
Algunas quedaron enredadas en la milpa
tórtolas desvalidas.
Días y noches caminaron queriendo encontrarse.
Y aprendieron a quererse a sí mismas.
Se convirtieron en sonrientes mazorcas que reían
de todo y por nada, poco fue el placer y mucho el tiempo
atadas al cordón umbilical, sin poder humano que lo cortara.
Ayes de mujeres verdaderas escuchándose por doquier,
llovían piedras sobre sus cuerpos de maíz ajado.
Y comenzaron a cantar.
Muchas aprendieron a afinar sus gargantas con los rayos del sol,
ya no eran ayes los que se escuchaban, sino claras melodías
irrumpiendo en el misterio de la vida.
II
Llegó en seco el hachazo del entendimiento
en la silente madrugada,
andaban tras la pista de su origen,
con los pies desnudos y maniatadas.
Se llevo a la boca un pedazo de tortilla
para calmar el aturdido corazón,
¿cómo asir la frágil cuerda de la vida?
¿Dónde la firme existencia?.
se preguntaba tan cerca de sí misma,
en el camino a la Realidad.
Cruzaron el río, tanteando con las plantas de los pies
las piedras, escupidas por algún volcán
en los campos filamentosos de materia.
Fosforecente anuncio de la filosofía de la roca. No hay vuelta atrás.
Lascas en el río se entierran y agujeran su piel.
Deja que fluya la salina lluvia transparente de tus ojos.
Llora, no contengas la emoción.
Llevan dentro de si el dolor que viaja al interior
para encontrar salida.
No reprimas el sentimiento,
no impidas al corazón su impulso vital.
Llora, no contengas las lágrimas que saltan al encuentro del remedio
para sosegar al quebranto.
No estás sola en este viaje mujer,
las luciérnagas te acompañan
iluminando la oscura noche endemoniada.
III
Mira como brota y sonríe, en el talle de la caña la mazorca
con su falda verde tierno, se ha vestido para mirar al sol.
Somos más que una historia mágica que rinde frutos con la lluvia
abuela del sol, mira la flor que nace en la milpa y se mece con el viento
entre tus piernas, en tu falda, entre las plantas y seres palpitantes
que están sobre la tierra
hijas-madres-hermanas-abuelas,
mujeres en el camino, de maíz somos.
Haciendo camino las cantoras
en la oscura soledad tansgredida,
llevan entre los pechos
el valor teñido en rojo.
Se vislumbra una luz difusa,
y hacia ella dirigen la mirada.
Escucharán la memoria de la abuela sol, de la abuela viento,
de la abuela luna, de la abuela luz y develarán el canto
para aprender la sutileza de sus palabras
que saben todos los secretos de nosotras,
mujeres de maíz.
IV
Amenazantes filos invernales caen en esta tarde silente
y plomizo el corazón de maiz lleva un frío en su interior
crece y se multiplica entumecida su voz a la consulta
¿Quién que no es pájaro podrá volar?
El tallo de maíz la llama con movimientos trepidantes de sus hojas
abrígalo en tu regazo, abrázalo con tu corazón,
de maíz somos.
Abuela de la luz, me pregunto
¿Dónde estoy? ¿Qué mundo vine a habitar?
¿Lo quise yo? ¿fue el destino?
Abuela del sol uno no elige nacer, las circunstancias lo determinan.
¿Y que son las circunstancias? ¿Quién las determina?
¿tú, ellos, nosotros? ¿Quién?
Dimelo tú abuela de la luz, no nos abandones.
V
La luz y el humo del copal husmean sus caras
un zumbido de enjambre son sus voces cuando oran
las mujeres de maíz vestidas de palabras que caminan
con el verbo, sobre las manos, en los ojos y en la piel, ellas
con su clamor en la palabra que vuela y se posa en los oídos
hablan en la lengua madre, de la sabiduría dolorosa de los fieros días.
Inflorescencias en las sombras que juegan con los designios del corazón