En un cuarto promedio,
de una pareja corriente y una cama de dos plazas.
Despierto…
Con látigos y vidrios incrustados en mi espalda,
los ojos atornillados se dislocan en las bisagras… me incorporo respirando la bruma del cielo
y el techo es un grito desolado en el desierto sin las voces de los gigantes
derrotados por la ciudadela y el cemento.
Ladridos de flores me hacen regurgitar los sapos y culebras del progreso,
de cajas cuadraditas apiladas como legos
plásticos e inertes.
Esos aromas los obtengo de una mínima y frágil planta de escritorio Dentro de un bote eterno de universos de tierra y lodo.
Es más
porque tu flora y fauna la veo reflejada en la almohada,
en el mapa de tu rostro que está a mi lado
y me dan unas ganas insolentes de llevarte fuera de esta cuadra.
Internarnos en el bosque de libélulas escarlatas;
sin muchedumbre y sólo alas,
plumas de aves en espirales de huracanes y nubes…
Donde subimos a desnudarnos de madrugada.
Quiero llevarte a la playa,
donde la arena dibuja mis huellas en tu espalda, comer una fruta directo de la rama,
morder la manzana otra vez, sin miedo a nada
y desplegándonos enredados cuales lianas en los milenarios alerces Nos lanzamos de la copa altiva hasta lo profundo de las aguas
Delfines de tu frente, corales de tu voz,
espuma de besos de fuego abrumador,
brisa de sonrisa generosa
“mar abierto, vamos a A-mar abierto, con los brazos y el corazón abierto” regalarte los mismos versos del inicio, versos de mariscos,
manjares de tu vientre de tantas horas
en que me alimentaste y venciste la sed de mi garganta.
Quiero que vayamos a la pampa colorida,
al follaje multicolor de nuestras andanzas de verano y primavera,
en la que nos reconocimos
entre ese mar de gente;
en las formas y figuras de los inviernos y otoños
que hemos aprendido a valorar,
la lluvia que sana y el viento que se lleva desde las hojas
hasta el alquitrán.
Voy a cargarte y llevarte… Sostenerte y dejar que me lleves,
que dejemos la mochila en el suelo
de los que están revolcándose en su paraíso sin gloria
y en los abismos fulminados,
de los infiernos que atravesamos de rodillas,
desde que aprendimos a caminar
y de los que ayudamos a elevarnos.
Subo a la montaña más alta,
veo el horizonte la brizna y la luminosidad;
me desdoblo, transmutamos,
y en la transportación de nuestros sueños
para la posteridad en el ahora,
veo paz.
Pedregosos son los caminos y el sendero de las trabas
hay espinas y rasmilladas,
naufragios de olas violentas, incendios y erupciones inesperadas
pero de cara sol me siento libre
y ahí vamos caminando.
Corriendo a la velocidad de nuestra danza,
más allá de la caída,
más allá de la desesperanza,
más allá de lo cotidiano,
de los papeles, de los trámites y la burocracia,
más allá del cuarto promedio,
de una pareja valiente y una cama de dos plazas.